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Más allá de la ciencia, el Espíritu :


Una vez más la etapa del presente relato, como en el caso de algunos otros, corresponde a aquella cuando ingresaba a la Universidad Nacional Autónoma de México, a principios de la década de los 80’s, cuando cursaba el primer semestre de la licenciatura en física en dicha universidad. 

La facultad de ciencias donde estudiaba ya no se encontraba en el mismo edificio que cuando se inaugurara el campus de la Ciudad Universitaria casi tres décadas atrás. Debido al creciente interés en las áreas científicas, se había incrementado la demanda en las carreras asociadas a dicha área, por lo que había sido necesario construir nuevos edificios más al Sur, en el denominado circuito exterior o de la investigación científica.

Ahora numerosas construcciones independientes albergaban tanto a la facultad como a los institutos que, tan solo unos pocos años atrás, se encontraban concentrados todos en la Torre de Ciencias, misma que pasó a ser desde entonces la Torre de Humanidades II. 

Intentando conocer poco a poco el enorme campus, realizaba ocasionales caminatas por el mismo para admirar sus múltiples espacios arquitectónicos y naturales, sus murales, y de esa manera asumir mi nueva condición, la de orgulloso estudiante universitario. Por supuesto una zona de especial interés es la denominada “zona vieja”, donde se encontraban, y continúan hasta la fecha presente, los edificios de la Rectoría y la Biblioteca Central. Pero con el traslado de la facultad de ciencias a su nueva sede, ahora era necesario recorrer un buen tramo, alrededor de un kilómetro, para llegar a la zona donde antes estuviera la antigua facultad, contigua a los citados edificios. Son de destacarse los múltiples murales que existen en la Ciudad Universitaria, tanto por su valor desde el punto de vista estético como por su simbolismo.

Ya Ayocuan habló en su libro titulado “La mujer dormida debe dar a luz” del mural “La conquista de la energía” al que él se refiere como “El mural de la ciencia” ubicado en la cara norte del auditorio Alfonso Caso, de la mencionada antigua facultad.



 
De mismo autor, Ignacio Chávez Morado, tenemos también en esa zona otro mural de profundo simbolismo, sobre el retorno de Quetzalcóatl, el retorno de lo sagrado.





Existen varios más en la zona de diversos autores, y por supuesto, por sus dimensiones y ubicación destaca muy especialmente el mural de Juan O 'Gorman en la Biblioteca Central, que entre otros temas muestra las dos cosmovisiones, la geocéntrica de Tolomeo y la heliocéntrica de Copérnico. 




Sin saber que años más tarde la vida me vincularía primero con la Astronomía y luego con Ayocuán a través de su obra, ya en ese entonces, admiraba sin ser consciente del todo, del profundo significado que, al igual que el símbolo de la UNAM, guardaban aquellos códices visuales.

En uno de esos recorridos por aquellos espacios, en alguna ocasión penetré al interior de la Biblioteca Central. Fueron muy pocas veces que la visité, pues la facultad de ciencias contaba con su propia biblioteca.

Quizá por la distancia entre la nueva y la antigua zona, era necesario contar con bibliotecas locales, pero ahora en lugar de una gran biblioteca centralizada para las diversas facultades e institutos, cada uno contaba con su propio espacio para tal fin. Incluso como alumno no era indispensable acudir a la biblioteca central, pues era posible, por medio del servicio de préstamo ínter bibliotecario que funcionaba en teoría aunque con poca eficiencia, solicitar temporalmente textos de cualquier biblioteca de la UNAM, incluida la central, a través de la biblioteca de cada facultad.

Al entrar me encontré con un inmenso edificio, de cuyas proporciones es difícil percatarse desde la igualmente inmensa plaza exterior.
Me dirigí a uno de los pisos superiores donde se encontraba la zona destinada a albergar los textos sobre ciencias físicas y, como no buscaba nada en particular, más que buscar por catálogo que aún no era por medio de computadoras como lo es ahora, decidí pasear por entre los estantes para ver físicamente los textos y darme una idea del acervo de material del que en los años siguientes, parte de este, pasaría a ser mi formación (¿deformación?) académica.

Cuando algún título o tomo llamaba mi atención lo tomaba del estante, lo hojeaba entre mis manos y leía el índice, o alguna parte al azar. Continué repitiendo lo mismo durante alrededor de un par de horas que duró mi visita, en que poco a poco ahondaba mi sensación de profunda ignorancia. Ahora que un poco he transitado por los caminos interiores, también me doy cuenta de que el ansía ilimitada de conocimiento puede traer muchas cosas, excepto paz.
En fin que haciendo lo antes narrado, de pronto desde una repisa ubicada en la parte superior, llamó mi atención un tomo empastado en un corriente plastificado azul, similar al de algunos cuadernos escolares de baja calidad que se fabricaban en ese entonces. No se si fue debido al color azul claro, o al tipo de empastado que no correspondía a un libro propiamente sino mas bien a una libreta personal, o el hecho de que no contara con título alguno en el lomo, o todo junto, pero algo había llamado mi atención. Me estiré para tomarlo, y al tenerlo entre mis manos empezó la aventura.

El volumen era grueso, de unos cinco centímetros de espesor, unas cuatrocientas páginas, mas no muy pesado, y se apreciaba en el canto el papel amarillentado por el paso del tiempo, pero no noté nada extraordinario hasta el momento de abrirlo.
Al hacerlo en una página al azar de alrededor del primer tercio del volumen, me fui dando cuenta con dificultades y por etapas que era lo que tenía ante mis ojos.

La primera sorpresa que me esperaba al abrir aquel ejemplar era el hecho de que no estaba escrito con tipografía de imprenta, sino con letra manuscrita. Además al intentar indagar en su contenido resaltaba también el hecho de que estaba escrito en una lengua distinta al español. Al poner más atención e intentar descifrarla me quedó claro que se trataba de latín.
De pronto al observar con una visón de conjunto me resaltó el hecho de que en sus páginas interiores había surcos que me parecían realizados por termitas, que iban desde las primeras a las últimas páginas. Eran tan solo unos pocos pero profundos y corrían de manera continua.

No puedo describir la sensación que tuve cuando, al pasar mis manos intentando tocar la superficie de las hojas y sentir aquellos surcos, pude sentir el relieve de la tinta en medio de la aspereza del papel. En ese momento me percaté de que aquel texto era un manuscrito original. Todos aquellos elementos me hablaban ya de una cierta antigüedad.

Al ir accediendo a las diversas páginas en busca de respuestas, me quedó claro que la temática de aquel libro era la astronomía pues en él se encontraban algunos esquemas del sistema solar. De hecho también se podían observar símbolos astrológicos que indicaban que aquel volumen databa de una época donde aun no se había hecho la tajante división actual entre astronomía y astrología.

Dos preguntas resonaban en mi mente: ¿Que hacía un texto antiguo en una sala de consulta? y ¿Qué tan antiguo era?.
Tome nota del único dato que aparecía en el lomo de aquel manuscrito, su código de clasificación bibliográfica, y lo devolví temporalmente al lugar donde lo había tomado para dirigirme al archivero donde se encontraba el catálogo de esa sala.

Curiosamente aquel libro que seguro por un error estaba disponible para consulta, si estaba catalogado y según recuerdo vagamente era la primera trascripción de la obra de Johannes Kepler, realizada por un holandés alrededor principios del siglo XVII.

Me preguntaba ¿Cómo podría ser que un libro como ese estuviera deteriorándose en los estantes?. Una voz interna decía ¡Reporta el incidente para que se envíe a restauración!, otra decía ¡Debe ser invaluable! ¿Y si desaparece en lugar de llegar a restauración? ¡Hay que averiguar primero que camino seguir que garantice su seguridad!. ¿Y si me lo llevo a casa en lo que decido? ¿Y si lo pierdo y me expulsan de la universidad?. Ante esa avalancha de pensamientos, y el impacto provocado con aquél encuentro, decidí que dejaría pasar unos días para pensar con más calma que hacer. Algunos días rondó aquello por mi cabeza pero nunca me atreví a regresar y hacer algo más con aquel tomo.

Cada evento es fractal simbólico de otros que se presentaría más adelante en el tiempo y aquel evento sería de varias maneras premonitorio de mi salida de la UNAM. Alrededor de dos décadas después, ya en contacto con otras formas de conocimiento, superiores a mi parecer, perdía totalmente el interés por la ciencia y el pensamiento dogmático de la academia.

Derivado del contacto con diversas tradiciones, la toltequidad , la sufí, la sikh o sij del Norte de la India, la budista, entre otras y con las cercanías de las obras de Jacobo Grinberg y Antonio Velasco Piña, este último con quien además compartía una profunda amistad. En contacto con diversos guardines de conocimiento de México, me encontraba ante la encomienda concreta, entregada por un guardián de tradición Olmeca, de viajar a Egipto y tener la posibilidad de hacer contacto con guardianes de aquellas tierras.

Consiente del riesgo de que a pesar de tener definitividad como personal de instituto de astronomía de la UNAM donde ahora trabajaba, muy probablemente sería corrido de la universidad por una ausencia injustificada de más de tres días. Partí sin dudarlo a ese país en un viaje providencial donde se abría la oportunidad de hacer un recorrido maravilloso por el Nilo en barco, visitando diversos templos y valles, desde Abu Simbel al Sur hasta Alejandría al Norte del continente. No lamento en lo más mínimo el haber tomado aquella decisión aunque las consecuencias fueron las esperadas.

Un poco después, por el tiempo en que serían posibles los últimos encuentros con el médium Jorge Berroa, quien poco después se encerraría por cerca de un año preparándose para hacer su transición consciente a la siguiente dimensión. Era recibido por el cubano, a quien visitaba por recomendación del mismo guardián que me sugiriera partir a Egipto. 

Durante aquella sesión el médium me revelaba que me estaba esperando y algunas otras cosas más que yo no era capaz de comprender del todo en ese momento. Me dijo -¡Toma notas pero no las publiques aun!. Igualmente me entregaba algunas indicaciones que con el tiempo comprendería eran claves para hacer contacto en el futuro, cuando el ya no estuviera en su cuerpo. Muy pocos días después me enteraba que Jorge se había “encerrado”. 

El sentido de aquellas enigmáticas palabras sobre el hecho de que me estaba esperando empezaba a revelarse. Sin embargo, fue hasta que Jorge trascendió que todo aquello se fue haciendo un poco mas claro, incluso fue realmente derivado de su “partida”, que ocurrieron las más importantes revelaciones de su parte así como la comprensión más profunda de las claves que en vida me diera. Más adelante, por su intermediación así como la de algunos otros espíritus, incluso me reencontraba con el espíritu de Kepler.

Llegaba el permiso de compartir las notas, así como indicaciones de cómo y donde hacerlo y, por ese mismo tiempo, Kepler revelaba detalles de aquello que en su momento lo lleva a él mismo, más allá de la astronomía.
2.1 Quiera Dios librarme de la astronomía, para que pueda dedicarme a trabajar en mi obra sobre la armonía del mundo. (Citado en Franz Hammer, "Die Astrologie des Johannes Kepler",Sudhoffs Archiv 55, 2 [1971], p. 124; ca. 1610)
2.2 He completado ya mi obra confesional... Me entrego ahora a una sagrada locura... Estoy lanzando los dados y escribiendo un libro para el presente o el futuro. No me importa cuál. ¡Quizá [el libro] deba esperar cien años para encontrar su lector! (Ibid., 1618)

Durante el lapso de, para ese entonces alrededor de cuatro años, donde cada miércoles me había reunido semana tras semana con un grupo de compañeros con el propósito de estudiar el texto titulado “Un curso de milagros” en casa de la escritora Laura Esquivel. Era común que antes de la mencionada reunión me encontrara con mi amigo Antonio “el testigo”, con quien previamente acordaba una cita para platicar e intercambiar informaciones recientes que llegaban sobre diversos acontecimientos vinculados con Cuauhtémoc, Regina, Jorge Berroa y otros asociados con el espíritu de México y el despertar. Aquellos encuentros ocurrían en los jardines exteriores del ex convento de Churubusco, actual Museo Nacional de las Intervenciones.

En una ocasión, durante la etapa final del tiempo en que acudíamos regularmente a las mencionadas sesiones, Antonio me narró detalles de su reciente viaje a Sevilla, España, donde había sido invitado a dictar sus conferencias. En ese viaje el sirvió como mensajero para el intercambio de material entre el secreto guardián de el bosque de Chapultepec y un secreto guardián de Sevilla. De la compilación de ese material surgiría más adelante su libro “Cartas y poemas de un guerrero y un cardenal”.

Durante ese mismo viaje, a través del secreto guardián de aquella ciudad, me narraba Antonio, le había sido permitido acceder al Archivo General de Indias y tener en sus manos uno de los incunables más importantes, quizá el más, la primera Biblia de Gutenberg. La narración de esa experiencia y las emociones que la misma suscitaran en él, de alguna vaga manera podía comprenderlas gracias a mi encuentro de años atrás con el manuscrito de Kepler.

Desde hacía cerca de veinte años, esta historia estaba presente en mi mente, pero el nombre y datos del texto no. Incluso intentando cerrar aquella historia recientemente había intentado regresar a Biblioteca Central acompañado en esta ocasión de mi amigo y ex colega Leonardo, quien continúa como investigador en el mencionado instituto, y aun cuando tiene un doctorado en ciencias obtenido en un país del autodenominado primer mundo, mantiene una actitud de mente abierta hacia el mundo espiritual por lo que algunas experiencias he podido compartir con él.

En esa ocasión no me fue posible encontrar el citado texto. Es hasta ahora justo cuando termino la escritura del presente relato, que nuevamente la providencia y el espíritu de Kepler se hacen presentes y se revela nuevamente la información y un paso más del porque de aquel encuentro y las pistas para el reencuentro con el mismo.

Una vez más, como tantas veces en mis pláticas con el testigo, en aquella ocasión donde me compartía sobre su viaje a Sevilla, de manera muy humilde y casual como siempre, me develaba lo que sería un evento futuro para mí, cuando de manera premonitoria me decía. !Los escritores comprendemos muchas cosas cuando las ponemos en palabras!. Hay tantas historias como la anterior por contar, compartidas con mi querido amigo Antonio, un hombre sagrado.

Derivado del contacto con diversos espíritus poco a poco me ha ido quedando más claro que como dijera Ouspensky en su libro “Un nuevo modelo del universo”, hay tres métodos para adquirir conocimiento: En primer lugar el científico, en segundo el sicológico y en tercero el esotérico o interno. Siendo el primero el más limitado. Una confirmación de ello es el hecho de que por ejemplo, el propio espíritu de Newton ha revelado haber sido en una vida anterior Maimónides, para posteriormente a la vida que tuvo como científico del siglo XVII, evolucionar como Gandhi, mas allá de la ciencia, hacia la consciencia, como en el caso del desaparecido investigador Jacobo Grinberg. Y aun más, hacia el mundo espiritual.

Similares revelaciones han sido entregadas por el espíritu del gran escritor francés Víctor Hugo, entre algunos otros, que en su camino hacia la luz, hacia la evolución, trascienden las formas de pensamiento de moda, del presente, de una época e incluso del mundo.
Los alcances de la obra de personajes como Newton y Kepler van mucho mas allá de lo que la comprensión racional puede alcanzar. Lo mismo ocurre con la visión histórica de Antonio.


   
Prometeo: Facultad de Ciencias, UNAM

El hombre liberado de lo terrenal, de la materialidad, de la serpiente, elevado por el espíritu rumbo al cosmos.


Grabado en Madera, Flamarión

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