- De la ciencia a la consciencia, una cita en el tiempo
Corría la última década del siglo XX. Al principio de la misma había obtenido el grado de licenciado en Física y dado que había concluido los estudios de posgrado en Ingeniería Eléctrica, me encontraba en busca de un tema de tesis para obtener el grado de Maestro.
El tema de investigación en el que me encontraba involucrado dentro del departamento de Instrumentación del Instituto de Astronomía de la U.N.A.M donde llevaba laborando alrededor de una década, estaba vinculado con el desarrollo de sistemas de control optoeléctrónicos destinados a ser montados en los telescopios de Observatorio Astronómico Nacional, con la finalidad de obtener imágenes astronómicas de mayor resolución.
Por aquel tiempo, nos fue presentado a los miembros del departamento Alejandro Rodriguez, quien como la mayoría de nosotros era egresado de la Facultad de Ciencias de la misma universidad y acababa de regresar de Holanda donde había cursado sus estudios de doctorado y se encontraba de regreso en México. Su objetivo era obtener el grado correspondiente pues no lo había logrado en el país donde había realizado sus estudios.
Alejandro sería contratado a prueba por un año, y se integraría a nuestro equipo de desarrollo de sistemas de óptica adaptiva, como se les denomina de forma genérica.
En medio de las diferentes responsabilidades de ambos intentamos colaborar en más de una ocasión, sin embargo nuestras formaciones e intereses no lo hicieron posible del todo. La formación de Alejandro era más bien teórica, mientras que yo, desde la infancia, había estado interesado en cuestiones experimentales, en la aplicación del conocimiento tendiente a la construcción de dispositivos y sistemas concretos. Para mi, la formación académica me interesaba como un marco para fundamentar racionalmente las aplicaciones.
Por ese entonces no sabía que estaba a punto de encontrarme (o de reencontrarme) con otra forma de pensamiento, basada en la intuición donde se accede a la totalidad del conocimiento desde el interior, sin pasar por el lento y arduo filtro de la racionalidad como afirman incontables pensadores, incluido el propio Einstein.
“La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional una sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que honra a los sirvientes y que ha olvidado los regalos”
Albert Einstein
Después de un año de intentos fallidos, para encontrarnos tanto en lo académico como en lo personal, Alejandro llegaba a mi oficina para despedirse y comentarme que se iba a trabajar al CENIDET (Centro Nacional de Investigación y Desarrollo Tecnológico) de Morelos, vinculado al Instituto Politécnico Nacional, donde sentía podría encontrarse en un entorno laboral más “ad hoc” para terminar su tesis doctoral, y con una oferta laboral.
Aquella noticia me generaba dos emociones simultáneamente. Por un lado alegría al saber que se le habrían nuevos horizontes, y por otro lado un poco de tristeza, pues me hubiera gustado colaborar y conocer más profundamente a mi colega. Muy en particular por que en las escasas interacciones que tuvimos, logré intuir que él estaba vinculado con algún tipo de conocimiento más profundo, diferente, que en el fondo siempre me había llamado desde el fondo de mi mente inconsciente.
Sin saber por que, desde ese acceso a mi inconsciente, le comenté de manera espontanea al final de aquella despedida que si estaba por la ciudad y necesitaba un lugar donde alojarse, no dudara en avisarme y se podía quedar en casa. Por aquel entonces vivía solo en una casa ubicada en la colonia Roma Sur.
Nos despedimos con un abrazo y le externé mis mejores deseos para su futuro sin saber lo que el destino me deparaba.
- AVP: El arte de vivir a propósito
Habían transcurrido escasamente algunos meses, cuando de pronto recibí la llamada de Alejandro desde Cuernavaca, Morelos. Después de algún breve intercambio coloquial, me comentó que vendría a la Ciudad de México unos días, y me preguntó si podría alojarse conmigo en casa. Encantado le reitere que era bienvenido.
El día de su llegada por la tarde temprano, un viernes según recuerdo, platicamos un rato en casa sobre su vida académica y un poco sobre la personal de ambos, intentando conocernos un poco más en esa nueva oportunidad y contexto.
En algún momento, en parte guiado de manera intencional por él al comentarme que la actividad que lo traía a la ciudad era un taller que tomaría ese fin de semana, en parte por la intermediación del espíritu a través de la intuición que movía mi curiosidad, le pregunté. ¿Sobre que trata tu taller?.
Él, como siempre lo había percibido yo, respondía a mis interrogantes de manera sutil, como dejando entrever la parte más superficial de algo que podía intuirse tenia un trasfondo mucho más profundo.
Me preguntó si tenía algún conocimiento sobre la obra de Carlos Castaneda.
Respondí que sí, que me parecía muy interesante lo que había leído en algunos de los libros de dicho autor.
Al manifestar tener alguna idea sobre el tema, Alejandro simplemente respondió. ¡El taller al que asistiré está basado en ese conocimiento!.
Ante aquella afirmación algo en mi interior no pudo evitar externar ¿Podría yo asistir?.
Me dijo que en principio si, que acudiera con él ese día a la primera reunión donde se vería el número de asistentes y se darían todos los detalles.
Temprano por la noche, llegábamos a un departamento en el primer piso de la Avenida Cuauhtemoc, cercano a la estación del metro Eugenia. Allí me encontraría por vez primera con Victor Sanchez, antropólogo (antiantropólogo como el se autodenominaba) autor de textos basados en las enseñanzas de Carlos Castaneda, entre ellos “Las enseñanzas de Don Carlos” (parafraseando al texto de Castaneda titulado “Las enseñanzas de Don Juan”) y “Toltecas del nuevo milenio”.
Colaborando con Victor se encontraban Manolo Cetina, Rene Sánchez y Armando Cruz y el trabajo del taller se denominaba “El arte de vivir a propósito” al que comúnmente se hacía referencia como AVP simplemente (curiosas siglas que simbolizaban el vínculo que sin saberlo mantenía ya con Antonio Velasco Piña, y que de hecho se había establecido desde aquel encuentro con el Taller de Investigación Teatral más de una década atrás).
Recuerdo que durante alguno de los primeros “trabajos” le pregunté directamente a Manolo ¿Sabes que es Tloque Nahuaque?, recordando mis mágicas vivencias de antaño en el Espacio Escultórico. A lo que él, sabiendo sin saber, me dio una respuesta que los años demostrarían era correcta.
¡Es lo mismo! dijo, haciendo referencia a que el propósito de ambos grupos era, en última instancia, el mismo.
Efectivamente, como sabría años después, ambos estaban unidos por el espíritu de la toltequidad.
En fin que, durante aquella primera sesión me pareció interesante el programa que se planteaba y decidí participar en las actividades del taller mismas que compartí durante varios fines de semana junto con Alejandro, mi compañero del primer taller de crecimiento personal en el que participaba en mi vida.
Las actividades, fundamentalmente eran vivenciales más que teóricas. Algunas en la misma ciudad, y otras en entornos naturales como “El Ajusco”, el abuelo montaña colindante con la ciudad en el extremo Sur.
En algún momento me enteraría que tiempo atrás, cuando el trabajo se había denominado “La otra brujería”, las actividades habían sido realizadas en “El Tepozteco”. También me enteré que por ese entonces el trabajo había sido mucho más demandante, quizá más desde “el pinche tirano” como hace referencia Castaneda en sus textos, pero ese nivel pocos egos occidentales lo aguantan y habían “suavizado” un poco, solo un poco, sus formas.
Entre las actividades que se realizaban estaban las caminatas de atención en parajes naturales, de día y de noche, recapitulación en cajas, entierros, trabajos con miedos personales, autoacecho, trabajo con la importancia personal, ahorro de energía personal, entre otras, actividades todas al fin y al cabo orientadas hacía la transformación del “YO”, el “EGO” que permitían ampliar el espectro de la percepción.
Múltiples “mágicas” vivencias se derivarían de aquellos trabajos en los talleres. Visiones, sensaciones, percepciones producto de la consciencia ampliada a través del trabajo corporal, sin la intermediación nunca de las plantas de poder a las que AVP no recurría.
Recuerdo una vez en que, durante una noche de luna llena, guiados por Manolo terminamos una larga caminata subiendo apresuradamente una cañada, un lecho seco de un río, formado por piedras redondas. Para aquel momento “la atención y conexión” con el cuerpo, como en tantas otras ocasiones habían llegado a un punto en que este parecía tener inteligencia autónoma, y se movía con agilidad y soltura más allá de los pensamientos y las limitaciones de la mente racional, por lo que a pesar de lo inestable del terreno y las condiciones de escasa visibilidad, avanzábamos en grupo a velocidad sorprendente. De pronto Manoló indico que nos detuviéramos, y al hacerlo recuerdo un estado de éxtasis corporal donde teniendo como guía aquella luna llena en le cenit, en lo alto del cielo, percibía a mi alrededor las puntas de los pinos que nos rodeaban, realizando una danza en torno a nosotros y a ella.
En otra ocasión, cercana al “ritual iniciático” o “rito de pasaje” fundamental en AVP denominado “el salto al otro YO”, durante una reunión al aire libre en “El Ajusco”, después de realizar ejercicios de tensigridad, y de conectarnos con nuestra muerte, se nos indicó fuéramos uno por uno, de manera individual por un sendero. Cuando fue mi turno me encontré al final del mismo con una fogata encendida, donde un hombre con una máscara de espejos, en silencio me dio indicaciones de que tomara un pequeño trozo de papel enrollado.
Regresé en profundo silencio y contacto conmigo mismo y con mi ser, estado al que generalmente llegábamos los asistentes en lo individual y en lo colectivo durante aquellos trabajos.
Al desenrollar el papel me encontré con un párrafo que durante semanas memorizaría a través de la repetición insistente.
En una ocasión, alrededor de la entrada de la primavera, mientras caminaba por las calles aledañas a mi hogar, repitiendo en mi mente aquellas palabras a modo de “mantrám”, sincronicamente, mientras mi mente evocaba la palabra “flores”, una ráfaga de viento o quizá un golpe del espíritu me despertó de mi ensoñación consciente por medio de un estruendo seco. Al regresar mi atención a lo cotidiano observé que me encontraba rodeado por infinidad de flores de Jacaranda que habían caído de manera simultanea y estrepitosa desde el inmenso árbol que se encontraba por encima de mi.
Las palabras de aquel párrafo son las siguientes:
- Velación en Tula
Incontables experiencias ocurrieron durante aquellos talleres dirigidos por Victor Sanchez y su grupo. La que sería la última para mi y en la que Alejandró ya no me acompañaría, revelaría igualmente con el paso del tiempo haber sido profundamente significativa.
En esa ocasión el grupo contaba con permiso especial para acceder a la zona arqueológica de Tula, la antigua capital del imperio Tolteca, ubicada dentro de la geopolítica contemporánea en el estado de Hidalgo.
Dicho permiso nos otorgaba la posibilidad de ingresar a la zona fuera del horario regular destinado a los visitantes, incluida la estancia en el sitio durante toda la noche.
Como preparación para aquel “trabajo” se nos pidió que elaboráramos con anticipación y de manera individual, una ofrenda que entregaríamos al lugar.
Previo al ingreso propiamente a la zona, en las inmediaciones de la misma, con indicaciones mínimas como casi siempre ocurría, e incluso muchas veces en silencio, tan solo con señas, se nos fue guiando para realizar ejercicios de atención. Al finalizar pedimos permiso de manera ritual para acceder y obtener protección, y entregamos las ofrendas al lugar.
Alrededor de las 5 de la tarde, cuando los visitantes deben retirarse, accedimos finalmente.
Ya en el interior, continuamos con ejercicios grupales de integración, contacto con nosotros mismos y atención acrecentada.
El sol se empezaba a ocultar cuando recibimos indicaciones de “encontrar nuestro lugar” alrededor del “Juego de Pelota” y permanecer en silencio atentos cada uno a lo que se nos revelara.
Pasamos de manera silenciosa a ocupar nuestros lugares respectivos y permanecimos allí, de espaldas a los muros de la construcción meditando.
Mi sensación interna era la de “haber recibido” durante aquella, mi primera experiencia, una secuencia de movimientos formada por tres posturas corporales. Por un lado no estaba seguro de si de eso se trataba, mi mente oscilaba entre será cierto esto o no, otra parte de mi estaba segura y en paz.
Después de algún tiempo sin tiempo, quizá alrededor de una hora o más, no puedo precisarlo, nos reunimos en alguna de las plazas cercanas a la pirámide coronada por los “Atlantes” para “entregar” la experiencia.
Uno por uno fuimos pasando al frente del grupo en silencio, y para mi sorpresa, presenciaba como la totalidad del grupo reproducía movimientos corporales en una secuencia de tres, como si todos y cada uno hubiéramos recibido las mismas indicaciones, o ¿acaso si las recibimos?.
De cualquier forma, al final, habíamos sido testigos y protagonistas de una dánza sagrada conformada por decenas de movimientos, entregada por el espíritu aquella noche estrellada, en medio de uno de los espacios energéticos más importantes de ME XHIC CO.
Durante aquella velación, realizamos de manera grupal diversos rituales. Como el ascenso y descenso de la pirámide en formación y con el intento de hacer caminatas de atención en las que cada uno seguro tuvo sus propias experiencias.
Igualmente durante la noche se mantuvo encendida una pequeña fogata en un terreno aledaño a la zona donde no fuera posible dañar de forma alguna la misma. Alrededor de ella intentamos descansar un poco en nuestras respectivas bolsas de dormir, ordenadas de tal forma que la secuencia determinaba el momento de la noche donde a cada uno correspondería despertarse para velar por todos, manteniendo el fuego y tocando un pequeño tambor.
Aquella experiencia la compartía con Elena mi entonces pareja, sin embargo en ese tipo de trabajos, cada uno debe saber cual es su lugar y su momento, por lo que ella ocupó el lugar que le correspondía en la secuencia.
Colaborando con Victor se encontraban Manolo Cetina, Rene Sánchez y Armando Cruz y el trabajo del taller se denominaba “El arte de vivir a propósito” al que comúnmente se hacía referencia como AVP simplemente (curiosas siglas que simbolizaban el vínculo que sin saberlo mantenía ya con Antonio Velasco Piña, y que de hecho se había establecido desde aquel encuentro con el Taller de Investigación Teatral más de una década atrás).
Recuerdo que durante alguno de los primeros “trabajos” le pregunté directamente a Manolo ¿Sabes que es Tloque Nahuaque?, recordando mis mágicas vivencias de antaño en el Espacio Escultórico. A lo que él, sabiendo sin saber, me dio una respuesta que los años demostrarían era correcta.
¡Es lo mismo! dijo, haciendo referencia a que el propósito de ambos grupos era, en última instancia, el mismo.
Efectivamente, como sabría años después, ambos estaban unidos por el espíritu de la toltequidad.
En fin que, durante aquella primera sesión me pareció interesante el programa que se planteaba y decidí participar en las actividades del taller mismas que compartí durante varios fines de semana junto con Alejandro, mi compañero del primer taller de crecimiento personal en el que participaba en mi vida.
Las actividades, fundamentalmente eran vivenciales más que teóricas. Algunas en la misma ciudad, y otras en entornos naturales como “El Ajusco”, el abuelo montaña colindante con la ciudad en el extremo Sur.
En algún momento me enteraría que tiempo atrás, cuando el trabajo se había denominado “La otra brujería”, las actividades habían sido realizadas en “El Tepozteco”. También me enteré que por ese entonces el trabajo había sido mucho más demandante, quizá más desde “el pinche tirano” como hace referencia Castaneda en sus textos, pero ese nivel pocos egos occidentales lo aguantan y habían “suavizado” un poco, solo un poco, sus formas.
Entre las actividades que se realizaban estaban las caminatas de atención en parajes naturales, de día y de noche, recapitulación en cajas, entierros, trabajos con miedos personales, autoacecho, trabajo con la importancia personal, ahorro de energía personal, entre otras, actividades todas al fin y al cabo orientadas hacía la transformación del “YO”, el “EGO” que permitían ampliar el espectro de la percepción.
Múltiples “mágicas” vivencias se derivarían de aquellos trabajos en los talleres. Visiones, sensaciones, percepciones producto de la consciencia ampliada a través del trabajo corporal, sin la intermediación nunca de las plantas de poder a las que AVP no recurría.
Recuerdo una vez en que, durante una noche de luna llena, guiados por Manolo terminamos una larga caminata subiendo apresuradamente una cañada, un lecho seco de un río, formado por piedras redondas. Para aquel momento “la atención y conexión” con el cuerpo, como en tantas otras ocasiones habían llegado a un punto en que este parecía tener inteligencia autónoma, y se movía con agilidad y soltura más allá de los pensamientos y las limitaciones de la mente racional, por lo que a pesar de lo inestable del terreno y las condiciones de escasa visibilidad, avanzábamos en grupo a velocidad sorprendente. De pronto Manoló indico que nos detuviéramos, y al hacerlo recuerdo un estado de éxtasis corporal donde teniendo como guía aquella luna llena en le cenit, en lo alto del cielo, percibía a mi alrededor las puntas de los pinos que nos rodeaban, realizando una danza en torno a nosotros y a ella.
En otra ocasión, cercana al “ritual iniciático” o “rito de pasaje” fundamental en AVP denominado “el salto al otro YO”, durante una reunión al aire libre en “El Ajusco”, después de realizar ejercicios de tensigridad, y de conectarnos con nuestra muerte, se nos indicó fuéramos uno por uno, de manera individual por un sendero. Cuando fue mi turno me encontré al final del mismo con una fogata encendida, donde un hombre con una máscara de espejos, en silencio me dio indicaciones de que tomara un pequeño trozo de papel enrollado.
Regresé en profundo silencio y contacto conmigo mismo y con mi ser, estado al que generalmente llegábamos los asistentes en lo individual y en lo colectivo durante aquellos trabajos.
Al desenrollar el papel me encontré con un párrafo que durante semanas memorizaría a través de la repetición insistente.
En una ocasión, alrededor de la entrada de la primavera, mientras caminaba por las calles aledañas a mi hogar, repitiendo en mi mente aquellas palabras a modo de “mantrám”, sincronicamente, mientras mi mente evocaba la palabra “flores”, una ráfaga de viento o quizá un golpe del espíritu me despertó de mi ensoñación consciente por medio de un estruendo seco. Al regresar mi atención a lo cotidiano observé que me encontraba rodeado por infinidad de flores de Jacaranda que habían caído de manera simultanea y estrepitosa desde el inmenso árbol que se encontraba por encima de mi.
Las palabras de aquel párrafo son las siguientes:
Cuan breve y fugitivo es el reinado que las flores ejercen cuando imperan
no es menos el alto y preciado honor que en si los hombres perpetuar esperan
cada trofeo en sus manos se convierte en símbolo de muerte.
Ahora que esto escribo confirmo, como mi intuición lo supuso siempre, que habían sido tomadas de algún texto del México antiguo y eran producto de la inspiración de uno de esos grandes hombres, esos que trascienden el tiempo y la geografía.
- Velación en Tula
Incontables experiencias ocurrieron durante aquellos talleres dirigidos por Victor Sanchez y su grupo. La que sería la última para mi y en la que Alejandró ya no me acompañaría, revelaría igualmente con el paso del tiempo haber sido profundamente significativa.
En esa ocasión el grupo contaba con permiso especial para acceder a la zona arqueológica de Tula, la antigua capital del imperio Tolteca, ubicada dentro de la geopolítica contemporánea en el estado de Hidalgo.
Dicho permiso nos otorgaba la posibilidad de ingresar a la zona fuera del horario regular destinado a los visitantes, incluida la estancia en el sitio durante toda la noche.
Como preparación para aquel “trabajo” se nos pidió que elaboráramos con anticipación y de manera individual, una ofrenda que entregaríamos al lugar.
Previo al ingreso propiamente a la zona, en las inmediaciones de la misma, con indicaciones mínimas como casi siempre ocurría, e incluso muchas veces en silencio, tan solo con señas, se nos fue guiando para realizar ejercicios de atención. Al finalizar pedimos permiso de manera ritual para acceder y obtener protección, y entregamos las ofrendas al lugar.
Alrededor de las 5 de la tarde, cuando los visitantes deben retirarse, accedimos finalmente.
Ya en el interior, continuamos con ejercicios grupales de integración, contacto con nosotros mismos y atención acrecentada.
El sol se empezaba a ocultar cuando recibimos indicaciones de “encontrar nuestro lugar” alrededor del “Juego de Pelota” y permanecer en silencio atentos cada uno a lo que se nos revelara.
Pasamos de manera silenciosa a ocupar nuestros lugares respectivos y permanecimos allí, de espaldas a los muros de la construcción meditando.
Mi sensación interna era la de “haber recibido” durante aquella, mi primera experiencia, una secuencia de movimientos formada por tres posturas corporales. Por un lado no estaba seguro de si de eso se trataba, mi mente oscilaba entre será cierto esto o no, otra parte de mi estaba segura y en paz.
Después de algún tiempo sin tiempo, quizá alrededor de una hora o más, no puedo precisarlo, nos reunimos en alguna de las plazas cercanas a la pirámide coronada por los “Atlantes” para “entregar” la experiencia.
Uno por uno fuimos pasando al frente del grupo en silencio, y para mi sorpresa, presenciaba como la totalidad del grupo reproducía movimientos corporales en una secuencia de tres, como si todos y cada uno hubiéramos recibido las mismas indicaciones, o ¿acaso si las recibimos?.
De cualquier forma, al final, habíamos sido testigos y protagonistas de una dánza sagrada conformada por decenas de movimientos, entregada por el espíritu aquella noche estrellada, en medio de uno de los espacios energéticos más importantes de ME XHIC CO.
Durante aquella velación, realizamos de manera grupal diversos rituales. Como el ascenso y descenso de la pirámide en formación y con el intento de hacer caminatas de atención en las que cada uno seguro tuvo sus propias experiencias.
Igualmente durante la noche se mantuvo encendida una pequeña fogata en un terreno aledaño a la zona donde no fuera posible dañar de forma alguna la misma. Alrededor de ella intentamos descansar un poco en nuestras respectivas bolsas de dormir, ordenadas de tal forma que la secuencia determinaba el momento de la noche donde a cada uno correspondería despertarse para velar por todos, manteniendo el fuego y tocando un pequeño tambor.
Aquella experiencia la compartía con Elena mi entonces pareja, sin embargo en ese tipo de trabajos, cada uno debe saber cual es su lugar y su momento, por lo que ella ocupó el lugar que le correspondía en la secuencia.
- Encuentro con Jacobo Grinberg, Pachita y “El hermanito”
A la mañana siguiente, fuimos despertados al alba para realizar un ritual de apoyo al Sol, quien con ayuda del mundo espiritual, ganaba una batalla más librada durante la noche y victorioso surgía entregándonos a todos los seres del planeta una nueva oportunidad, un día más.
A la mañana siguiente, fuimos despertados al alba para realizar un ritual de apoyo al Sol, quien con ayuda del mundo espiritual, ganaba una batalla más librada durante la noche y victorioso surgía entregándonos a todos los seres del planeta una nueva oportunidad, un día más.
En medio del paisaje y enmarcado por las construcciones de la antigua ciudad imperial, surgía esplendoroso el sol, se elevaba a lo lejos en el horizonte y, mientras la temperatura empezaba a incrementarse, las aves despertaban y echaban volar.
Finalizamos la experiencia haciendo una danza grupal, un giro a la usanza de los derviches, en la cima de la pirámide, por entre los Atlantes y a su derredor.
Un poco antes de la 9 de la mañana, hora en que los visitantes empiezan a ingresar a la zona, agradecimos, recogimos todas nuestras cosas y nos retiramos dejando el lugar como lo habíamos encontrado, al menos físicamente.
Nos retiramos todos juntos a uno de los parajes ubicados en las inmediaciones de la zona y allí realizamos uno de los últimos ejercicios de sensibilización consistente en percibir con los ojos cerrados la energía de un compañero tendido en el pasto.
Para esa experiencia el Universo tenía preparada la siguiente sincronicidad.
El compañero que me correspondía en ese momento era un hombre de mediana edad, barbado y corpulento de nombre Rodrigo.
Al terminar las experiencias y cerrar el día, después de aquella primera conexión, mi compañero, de manera natural de preguntó si traía auto y si podía regresarlo a la ciudad. Conteste afirmativamente a ambas preguntas por lo que regresamos juntos platicando.
Durante el trayecto de ida, Victor me había pedido que manejara su camioneta para descansar en la parte de atrás, en los brazos de Morféo y el regazo de otra de sus asistentes. Adelante iba acompañado por Armando como copiloto.
Ahora al regreso ya en nuestro auto, conducido de ida por Elena, Rodrigo me acompañaba como copiloto, mientras ella intentaba descansar en la parte de atrás.
En el trayecto de regresó conocí detalles sobre mi acompañante y reciente amigo. Me enteré que era originario de Costa Rica y que radicaba en México. Que tenían una centro de desarrollo humano denominado CEMEHC (Centro mexicano de excelencia humana y creativa) y estaba involucrado principalmente en la programación neurolingüistica, área de la que hasta ese momento no tenía conocimiento alguno.
Por mi parte le mencioné algo de mi vida, mis intereses y actividades personales y profesionales.
El evento más significativo que se desprendería de aquel encuentro con Rodrigo y que daría origen a una larga amistad que dura hasta la fecha, a más de una década de distancia y que nos ha vinculado y continúa haciéndolo de formas muy diversas sería el siguiente.
Durante aquel viaje de regreso por un instante externé molestia por un dolor de espalda que desde hacía tiempo me aquejaba.
Rodrigo ante mi comentario me preguntó si sabía algo sobre “El Hermanito”. Le respondí que no, y más que platicarme detalles en demasía, me dijo que era un sanador y que me proporcionaría un material al respecto.
Ya en la ciudad nos encontramos y me entregó los primeros libros que llegaban a mi de la extensa obra de Jacobo Grinberg, de quien hasta ese momento no tenía antecedente alguno.
En particular Rodrigo me facilitaba varios ejemplares de la serie “Chamanes de México”, entre los cuales, por supuesto, se encontraba el texto titulado “Pachita”.
Ese algo superior que nos va dando guía y nos va llevando más allá de nuestra consciencia y voluntad, intervino y me permitió encontrarme primero con el libro titulado “El cerebro y los chamanes”, donde quedaba claro que Jacobo era un Doctor en Neurofisiología, un académico e investigador universitario, un profesional serio y formal, preparado ampliamente dentro de su área científica. En ese texto hablaba de su metodología experimental para detectar interacción entre cerebros y garantizar sus resultados con diferentes metodologias, hipótesis y fundamentos.
En fin que a mi ego científico de aquel entonces lo convencieron sus argumentos y de hecho me encontraba por vez primera con el trabajo de un hombre, un mexicano, que investigaba un área que en el fondo era de mi interés desde hacía muchos años atrás, desde siempre quizá, pero que lo mejor que había podido hacer dentro de la academía era trabajar el funcionamiento de la mente desde le electrónica y la cibernética, pues, mi sensibilidad ante la sangre y los experimentos con seres vivos, eliminaron por completo para mi la alternativa neurofisiológica.
Una vez que mi enorme ego estuvo tranquilo ante las “fundamentaciones científicas” del doctor Grinberg, el universo podría realmente entregarme un regalo más profundo, y ese fue el texto titulado “Pachita”.
Desde que me encontré con él, sentí las mismas sensaciones contradictorias que Jacobo expresara en ese texto ante los eventos que, allí narra, atestiguaba día tras día.
“... parte de mí pensaba que no era cierto y otra que era maravillosamente real”
Poco a poco, a través de sus textos me fui adentrando más y más en la realidad de Jacobo e incluso en su momento fui invitado por Rodrigo a acompañarlo a conocer a “El hermanito”, el hijo de “Pachita”. Pero ese será tema de otro relato.
Cierro el presente con la siguiente anécdota. Algunos años después por intermediación también de Rodrigo, me reencontraría con uno de los asistentes de AVP y me enteraría de que, a diferencia de lo que yo había imaginado, aquella experiencia en Tula había sido excepcional, pues nunca antes había sido parte de las actividades del grupo, ni posteriormente sería repetida.
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