La experiencia que cerraría simbólicamente aquellos años de mi vida en que estuve vinculado con Lilia, ocurriría en la “zona arqueológica” de Chalcatzingo ubicada en el estado de Morelos, asentamiento Olmeca fundado alrededor del Siglo XV a.C., por tanto anterior a la reconstrucción actualmente conocida de Teotihuacán.
En una llamada telefónica mi amiga, astróloga, síquica y guía en esa etapa, me mencionó que debíamos realizar un recorrido en dicha zona pues, al hacerlo, se abriría algo para mi.
Acepté sin objeción pues ya muchas experiencias había vivido antes con ella y acordamos el lugar y la hora de encuentro, aunque debo confesar que nunca antes en mi vida había visitado dicho asentamiento e incluso desconocía su existencia.
Llegado el día de la cita, salí temprano de la Ciudad de México, acompañado de Ixamayo mi entonces pareja, hacia Morelos para encontrarme con nuestra amiga en el lugar donde ella custodiaba una entrada intraterrena vinculada con el conocimiento de las montañas sagradas, asociado con Daniel Ruzo, su maestro.
Alrededor del medio día llegábamos a nuestro destino, la zona energética ubicada al pie de una montaña.
Después de hacer una pequeña ofrenda y pedir mentalmente permiso al lugar, accedimos por medio de la entrada construida para tal fin por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, institución que se adjudica actualmente, de manera formal y de facto el cargo de custodio de la herencia ancestral de nuestro país aun cuando en general desconoce su verdadera función, pero que da empleo en muchos casos a verdaderos “guardianes” que ocupan cargos menores como personal de limpieza u otros.
Al adentrarnos un poco nos encontramos con un camino que bordeaba la montaña. En las laderas de esta, numerosas rocas con relieves se dejaban admirar, y aunque el paso del tiempo había dejado honda huella en ellos, igualmente conservaban su enigmática y exquisita belleza, así como su profundo simbolismo.
De igual manera en nuestro avance, de cuando en cuando nos encontrábamos con algunos amates, árboles sagrados vinculados a la presencia espiritual, entretejidos en las paredes de la montaña.
De pronto, después de ascender un poco, llegamos a una meseta donde tuvimos la que sería la primera de una serie de experiencias “mágicas” en ese lugar. Como estas ocurrieron en un estado de consciencia distinta al ordinario, muy poco pude entender racionalmente, pues los encuentros fueron en una dimensión más allá del espacio-tiempo, por tanto fueron tan solo comprensibles para el hemisferio derecho a cargo de la intuición. Aun así, ahora que ha pasado el tiempo y he ganado algo de perspectiva me siento un poco más capaz de describirlos.
En esa primera experiencia consciente, nos encontramos con dos enormes piedras, una de las cuales era similar a un “dado” gigante, de algo así como un metro por lado, apoyado sobre uno de sus vértices. Un cubo, anormalmente liso y regular para ser natural. La otra similar en tamaño pero en forma de corazón.
Sorprendidos ante el encuentro, de manera instintiva mi pareja y yo nos detuvimos a observarlas. En ese momento, sin más explicaciones, Lilia afirmó que el cubo correspondía a energía que no pertenecía a este planeta y que estaba asociada conmigo, y que la otra estaba vinculada a mi compañera.
Escuche sin emitir comentario alguno, solo sabía en mi interior que aquella afirmación era verdadera. Ahora incluso que han pasado los años, y que el vínculo con diversos maestros como Jorge Berroa y Jacobo Grinberg, entre otros se ha ahondado, aquel evento ha tomado un profundo significado.
Continuamos nuestro camino y al poco rato después, cuando ya empezaba a obscurecer, de pronto apareció ante mi algo así como un área enmarcada, entre rocas, una zona que siendo igual al resto del paisaje era “distinta”. Ahora tengo más claro que aquello que me fue dado experimentar se denomina “puerta dimensional”. Atenta Lilia a mi percepción en otro estado de conciencia, se quedó a mi lado, mientras yo observaba, en otra escala de tiempo, a las montañas peregrinando. Una visón fantástica como nunca antes había observado. Comprendía entonces que no solo eran seres vivos y conscientes, sino que incluso realizan rituales sagrados. Como es arriba es abajo.
Ahora que intento narrar aquella experiencia, puedo al menos vislumbrar la portentosa dimensión que cobran las palabras expresadas por Don Faustino Rodríguez, secreto guardián de los volcanes (Iztaccihuatl y Popocateptl), quien expresara.
“... si México despierta, ya no van a orar solo sus gentes sino todos sus seres: montañas, árboles, animales, y ríos. Todo habrá de dar gracias de nuevo al creador. ...”
“La Herencia Olmeca”; Antonio Velasco Piña
Continuamos nuestra caminata ahora en medio de la noche. El día había pasado sin sentir ni el cansancio, ni el transcurrir del tiempo, de pronto, me alejé algunos metros de mis acompañantes para acercarme a una piedra ovoide de unos diez metros de largo por unos tres o cuatro de alto en la parte central que llamaba poderosamente mi atención. No puedo explicar mi profundo interés por ella, pero casi sin poder verla debido a la oscuridad me coloqué a escaso medio metro de aquel “huevo” y me senté a observar intrigado. Estuve no se cuanto tiempo mirando fijamente, y de pronto me pareció empezar a ver breves chispazos como provenientes de su “interior”. Tenía la certeza de que en cualquier momento algo iba a ocurrir, aquella “piedra” o bien iba a encenderse o algo iba a salir de ella.
Sin darme cuenta por detrás de mi, sentí la mano de Lilia tocándome el hombro y su voz diciendo ¡Pablo, regresa, estas cayendo en la fascinación!. La sensación de su mano y su voz me devolvieron a esta dimensión, haciéndome consciente de mi cuerpo, al escuchar el llamado por mi nombre, mi mantra personal.
Al salir de aquel estado de trance temporal y regresar a un estado de conciencia más adecuado para continuar el camino, observé a lo lejos que en medio de aquella solitaria montaña brillaba ahora una luz, distante pero no demasiado, quizá a un centenar de metros. Algo así como una fogata que no había notado al detenerme ante la piedra y parecía que alguien se encontraba en movimiento en torno a ella. Extrañado continué mi camino junto con mis acompañantes sin tratar de averiguar más, aunque una particular sensación me acompañaría un tramo del camino.
Para ese entonces llevábamos ya todo el día y buena parte de la noche caminando por entre la montaña y Lilia continuaba guiando la experiencia como había ocurrido desde el principio, solo que ahora intentábamos regresar en completa oscuridad, aun cuando había un poco de luna, lo que hacía muy difícil ver el camino. De pronto empezó a ocurrir el hecho de que al avanzar en las direcciones propuestas por nuestra guía, nos encontrábamos siempre con tramos cortados por empinadas cañadas o por espesa vegetación espinosa o con grandes rocas que impedían nuestro avance y nos obligaban a volver sobre nuestros pasos tratando de encontrar alguna ruta alterna.
Ya para ese entonces el cansancio empezaba a dejarse sentir, además, las continuas interrupciones en el camino y la imposibilidad de tener una visón de conjunto empezaron a darme una sensación de encontrarme extraviado misma que me llevó a contactar con una leve emoción de ansiedad ante la posibilidad de perdernos y tener que amanecer a la intemperie en la montaña, pues no llevábamos equipo para dormir.
Un obstáculo especialmente curioso con el que nos encontramos más de una vez a nuestro regreso, fue una especie de muro de piedra de un poco más de un metro de alto y quizá un medio metro de ancho, como una pequeña muralla. Mi sensación personal era que aquella serpenteante construcción era la pared de un laberinto, en algún momento, como interpretando mi sensación, en uno de los tantos cruces, Lilia expresó que era un “Laberinto de Venus”.
Después de un rato de infructuoso avance por diversos caminos, de pronto me di cuenta que hacía un rato estaba viendo una muy tenue y sutil luminosidad sobre algunos senderos. Algo similar aunque a la vez muy diferente a la denominada “la luz del hongo”, producida por la ingestión de los llamados hongos alucinógenos.
Tardé un buen rato en expresar aquello por dos razones, la primera por el hecho de no ser del todo consciente de aquel suceso, y segunda, por tratar de ser respetuoso del hecho de que era Lilia quien guiaba la experiencia.
Sin embargo, ante los reiterados intentos fallidos, de pronto me atreví a decir. ¡Desde hace un rato, estoy viendo como un camino de luz! ¿Les parece que intentemos seguirlo a ver donde nos lleva?.
Lilia, sin objeción, aceptó mi propuesta y solo expresó ¡Te seguimos!.
Yo mismo no sabía que ocurriría pero empezamos a avanzar de manera continua sin interrupciones. Solo quedaba confiar en que aquel milagroso camino luminoso nos llevaría cerca de la entrada a la zona arqueológica donde habíamos dejado nuestro auto, en vez de alejarnos más de nuestra meta.
No fue corto el trecho que avanzamos, pero algo en el interior de los miembros del grupo parecía confiar. Después de un rato de caminar distinguimos la entrada y un poco más allá el auto. Habíamos pasado aquella prueba sin que nos dominaran de manera sobresaliente las emociones negativas.
Como en cada una de aquellas experiencias, después de la extenuante vivencia de todo el día, aun quedaba el regreso, primero a casa de Lilia ubicada en un fraccionamiento cercano a la entrada al balneario del IMSS en Oaxtepec, para luego tomar autopista y regresar a la ciudad literalmente exhaustos.
Al día siguiente de aquella experiencia, de manera sincrónica, dejaban un mensaje en mi contestadora haciéndome una oferta y solicitado me comunicara para tener una entrevista.
Me reporté al número indicado y se concertó una cita para el lunes de la semana siguiente. En la semana que transcurría, Lilia me llamó para comentarme que debíamos ir a Chalcatzingo una vez más el siguiente fin de semana. Esa cita se quedaría pendiente hasta ahora, pues aun cuando los encuentros que se dieron en esa experiencia fueron profundamente significativos, el estado de agotamiento físico después de cada viaje era total, y, temiendo que no estuviera en condiciones de acudir a la cita, pedí que se pospusiera el viaje.
Aquella segunda cita con la montaña no se dio y los efectos que la misma pudiera haber producido son ahora un misterio.
Sin embargo de todos aquellos acontecimientos se derivaría, años más tarde, el encuentro y la vinculación con la puerta sagrada al corazón de México.
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