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La puerta dimensional de Campeche:


Ya múltiples recorridos había realizado por los valles y montañas de México con Lilia, la médium que entre otras cosas me pusiera en contacto con el conocimiento de Tepoztlan y los templos atlantes de la cuarta humanidad así como los mundos intraterrenos y sus puertas dimensionales. Ahora el destino señalaba, sin que estuviera del todo consciente, una cita adicional orquestada desde más allá del espacio-tiempo.
Un rancio asunto jurídico asociado a mi herencia paterna, tanto material como espiritual y que ha estado presente, aunque en diferentes fases, a lo largo de mi vida desde mi infancia, servía ahora como pretexto para llevarnos a territorios Maya, vinculados con mis ancestros paternos, trascendidos todos ya para ese entonces.

Si bien me encontraba familiarizado desde mi niñez con el hecho de que el espíritu de mi padre, fallecido 33 años atrás para ese entonces, de tiempo en tiempo y de muy variadas formas se hacía presente dando indicaciones y guía, aunque comúnmente a través de mensajes entregados en sueños a quien fuera su compañera en la última etapa de su vida. En esta ocasión ocurriría un evento singular. 
Era la tarde del día previo a mi salida hacia la Ciudad de Campeche, donde acompañado de mi madre visitaríamos juntos aquellas tierras por vez primera, cuando de pronto y sin previo aviso, de manera extraordinaria, se presentaba en casa Lilia.
Acostumbrado a la relación con ella desde meses atrás, intuía que aquella no era una simple visita de cortesía. Después de saludarnos la invité a pasar y sentados en la sala después de algo de dialogo y formalidades, me confesó ¡Traigo un mensaje de tu padre!.

La escuchaba atentamente y, aunque sin sorprenderme demasiado, no sin cierta expectativa. Continuó diciendo ¡Tu padre, en este momento, está aquí conmigo y dice que busques una cajita forrada de tela!.

Intenté hacer memoria, y aunque me parecía significativo el hecho de que a lo largo de mi vida mi madre hubiera decidido atesorar los objetos personales y documentos de mi padre, llegando al extremo de permitirme desde mi infancia verlos solo en su presencia. Apenas unos días atrás ella me expresaba que sentía la necesidad de entregarme todo cuanto hasta ese momento había custodiado, diciendo que sentía que debía hacerlo, que ya era el momento. Sin embargo, por más que hacía memoria, solo recordaba que hubiera recibido documentos y fotografías. 
Le expresaba a Lilia, débilmente ante la duda, que no creía tener en mi poder dicho objeto, cuando de pronto recordé que ese mismo día por la mañana, mi madre me había hecho entrega de el último paquete en su poder, una bolsa de tela, conteniendo aparentemente diversos objetos.
Le comenté a mi amiga al respecto y subí al piso de arriba a indagar sobre el contenido de la misma que hasta ese momento no conocía, pues la recibí sin abrirla.
Al hacerlo, me encontré con diversos objetos muy personales de mi padre que recordaba perfectamente. Entre ellos una pequeña caja, la única, similar a un estuche de joyería, forrado en terciopelo color azul.
Sin abrirla regresé con mi amiga, y al estar frente a ella me dijo. 
¡Dice tu papá que si, que esa es, que la habrás, que el contenido es para ti, que él te lo entrega!.
Procedí a hacer lo indicado para encontrar dentro los objetos más preciados y representativos de la actividad espiritual de mi padre. Su anillo masónico y su grado 33.
Junto a ellos una medalla al valor que recibiera mi abuelo de nombre Andrés, de parte del propio emperador Maximiliano en 1865, dos años antes de ser fusilado este último.


Al día siguiente, desde el instante mismo en que el avión aterrizaba en la Ciudad de Campeche, sabía que conocía ese lugar, sabía que regresaba a un lugar con el que tenía profundos vínculos, aun cuando era la primera vez en esta vida que estaba allí. 
A mi llegada fueron a mi encuentro un grupo de masones de la logia local. Me movía por la ciudad sabiendo con certeza a donde dirigirme, con una orientación que no me caracteriza normalmente. Me reencontré dentro de la parte amurallada de la ciudad con mis ancestros, fue un viaje profundo en el espacio tiempo, en mis raíces y todo era tejido desde más allá de mi consciencia.
Después de varios días recorriendo la Ciudad, tratando de cumplir con el propósito del viaje, intentamos trasladarnos a las afueras a conocer las haciendas de mis antepasados, uno de los principales objetivos de aquel viaje. Sin embargo, aquello no sería fácil pues por situaciones extraordinarias no pudimos encontrar un solo auto en renta, así que tuvimos que optar por buscar un taxi. Después de salvar algunos obstáculos durante el trayecto, encontramos finalmente el derruido casco de la ex hacienda principal, "San Antonio Ebulá".


Recorría a pie lo que quedaba aun de aquel lugar, todavía activo a finales del siglo XIX, cuando se hizo presente un guardián quien me guío hacia una igualmente derruida construcción aledaña, para frente a ella afirmar señalando con su mano ¡Esos eran los hamaqueros de los esclavos!. Un extraño encuentro.
Continué solo mi recorrido y de pronto, me encontré de frente con una escena fascinante. Una puerta de luz, un pasaje que en mi interior sabía era una puerta a otra dimensión que me llamaba.
Caminé hacia ella, y al acercarme, del único techo que aun estaba en su sitio en toda la construcción y que por tanto creaba un magnifico efecto de contraste de luz y oscuridad en medio del refulgente paisaje, escuché un estruendo que mi mente solo pudo explicar como el aleteo de numerosos murciélagos.
Detuve de golpe mi avance hacia aquel portal y tan solo fui capaz de tomar en mis manos la cámara fotográfica que llevaba conmigo intentando capturar aquella visión frente a mi, y retrocedí alejándome.


Cuando me retiraba del lugar, súbitamente mi consciencia se desplazó fuera de mi cuerpo. Me sentí como un observador atestiguando una escena.
Un exuberante paisaje a cielo abierto en medio de la selva Maya, el viejo casco de la ex hacienda familiar, una camioneta blanca estacionada, y junto a ella varias personas incluido el cuerpo de un hombre idéntico a mi”. Desde esa otra dimensión, fuera de mi cuerpo atestiguaba.
En ese estado de consciencia, desde el radiorreceptor de la camioneta, de pronto la música que salía de una estación local se convirtió en una voz que dijo:

Que bueno que viniste a cumplir las promesas que me hiciste, regresa pronto si no te mandaremos traer, pero cuando regreses trae abierto el corazón.




Más tarde al revelar la película fotográfica aparecería la siguiente imagen.


Meses después el universo me informaría a través de un sincrónico encuentro con un hermano Maya, que el murciélago (Tzots, en lengua Maya) correspondía a Octubre en el calendario de aquellas tierras.

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Con el paso del tiempo continúan las revelaciones y se entrega información sobre el punto PUT, lugar de convergencia de Campeche, Yucatán y Quintana Roo, tres estados de la geopolítica contemporánea de México, el cual quedara vinculado tanto con la historia del país como con la vida política de mi padre. Una memoria ancestral vinculada a leyendas y antiguos mapas del siglo XVII me habla de manera reiterada de la conexión existente entre este punto y la constelación de Orión cercana a la nebulosa M43. Un punto PUT cósmico triangulado por medio de las principales estrellas que conforman dicha constelación, reflejado en la tierra por medio de las más importantes zonas energéticas mayas. Otro más de los portales dimensionales, vinculo entre el cosmos y la tierra y que marca el enlace de tres estados de la república. Como el existente en la zona del silencio ubicada igualmente donde se encuentran otros tres estados: Durango, Chihuahua, y Coahuila, o como el correspondiente a la puerta sagrada al corazón de México ubicada en el punto donde confluyen los estados de México y Morelos con el Distrito Federal, la capital del país. Misma que igualmente está protegida como parte de la reserva ecológica de la zona del Tepozteco.


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